La vida son ciclos que se repiten en el tiempo, aunque sin calendario fijo. La geografía del hombre y la mujer se mueve pegada a las estaciones. Ahora, aunque ha tardado, ha llegado el frío. Nunca lo que tiene que ocurrir no ocurre. Y ya está aquí: la helada blanca titila por la noche y de madrugada se posa sobre lo que sobresale. ¿Han visto qué temblor desprende nuestro ánimo cuando vemos, bajo cubierto, esa brizna de betún marfileño manchar de blanco inmaculado todo lo que tiene forma y vive a la intemperie? La belleza es hija de la deformidad y duele por lo perfecta.

La helada mata con una espada invisible. Nadie ha visto el puñal entrar en el pistilo de la flor del almendro, pero hiere mortalmente sin sangre. La que primero cae es la fachada del árbol dulce, blanca purísima. Después revienta la del amargo, más perfecta, más hermosa, rosa irisada. ¿Qué misterio encierra la vida, verdad? El pimpollo más llamativo suele ser el que esconde más engaño.

Fíjense hoy por la mañana si tienen cerca un almendro. Las flores han caído al suelo como mariposas desmadejadas una tarde lluviosa del tiempo de membrillo. Es el campo de batalla tras el fragor más intenso, ese que ha descompuesto los flancos y ha hecho sangre por el centro. La esperanza ha muerto y se ha hecho papel manchado de silencio.

Pero la helada no solo cae sobre los árboles y los tejados de arcilla comprimida. También lo hace sobre hombres y mujeres, países, provincias, ciudades. La helada cubre toda España, que vive aterida por el futuro. Maniata la razón y hace difícil pensar con ese peso frío cayendo sobre el sentido común. La vida ha quedado congelada en un país acostumbrado al calor y al vino. Vendrán tiempos, seguro, mejores. Siempre que ha llovido ha escampado y siempre que hiela sale el sol, aunque sea un sol enfermizo y descolorido.