Hay oficios que hacen a quienes los ejercen. Eso es lo habitual. Y otros que crecen y se salen del papel cuando encuentran a quienes los conducen sin curvas. Tanto, que se dejan llevar y se despiertan convertidos en otra cosa, más espiritual, más alta. Los buenos conductores abundan poco y, a veces, se cansan por tanto bache. Entre los que se han quedado y han reconvertido la viticultura en algo más, en arte, están los Eguren, Marcos y Miguel, dos hermanos riojanos, que han encontrado el tesoro del buen vino. ¿Dónde estaba escondido? Debajo de una cepa vieja, en el valle de Valdefinjas.

"Llegamos a Toro en el 98 atraídos por el potencial de la variedad autóctona, que rezuma fuerza, y el nuevo gusto del mercado por los vinos tánicos. Acertamos". Miguel Ángel Eguren disfruta -se le nota incluso a través del teléfono- contando su devenir en la DO que maravilló a Parker hace quince años. Uno imagina al riojano paseando por la viña una tarde untuosa de otoño, cargada de nubes, hablando a las cepas casi desnudas, consolándolas ante la poda que viene.

Los Eguren son los bodegueros más envidiados de España. Familia ligada al vino desde siempre. Nunca dejaron su Rioja natal y ahí siguen pariendo elaborados singulares y reconocidos en "Viñedos y Bodegas Sierra Cantabria". El salto a Toro lo dieron por probar y meter la mano en una tierra vieja, pero virgen. Se enamoraron al primer intento.

La guía Peñín, la más prestigiosa de España, ha situado dos de sus vinos, el Alabaster 2013, de Toro, y La Nieta, de Rioja, entre los cuatro mejores de España. Pero el resto de marcas que elaboran también están en los puestos de arriba de todas las clasificaciones nacionales e internacionales.

Saben lo que quieren y al revés. Llegaron a Valdefinjas tras sondear a viticultores y vinicultores de la DO Toro. Quedaron prendados por las cepas viejas, prefiloxéricas. "La primera viña se la compramos al alcalde, Leoncio Polo; después vinieron muchas más...". La cosecha del 98 ya durmió en botellas. Se la quitaron de las manos en Alimentaria. La siguiente ya la elaboraron en Numanthia, una bodega que nació a la sombra del casco urbano del pueblo y que, como los mejores vinos, se revalorizó con el tiempo (aunque entonces, en 1998, nadie pensaba que tanto). Por cierto el nombre clásico de la firma nació casi por casualidad, por una cerámica que se expone en el museo de Soria y después de que el Consejo Regulador no permitiera utilizar el nombre de Vega de Toro.

Toro, en aquellos años, y al margen de Fariña, apenas envejecía (el vino se entiende). Se adelantaron -y se ajustaron- vendimias. La fuerza se fue suavizando y transformándose en elegancia. El cuerpo se estilizó y llovieron elogios de todos los continentes. Los que más resonaron fueron los de las revistas Wine Spectator y Wine Advocate. Robert Parker, el "pontífex maximus" del vino habló y pronosticó que Toro en trece años iba a subir a los cielos. El norteamericano predicó con la palabra y dio cien puntos sobre cien al vino Termanthia 2004 de la bodega de los Eguren. Fue una locura. Los franceses de Louis Vuitton-Moët Hennessy tiraron la casa por la ventana y Marcos y Miguel Ángel no pudieron decir que no. Afirman las malas -o buenas lenguas- que sobre la mesa aparecieron 30 millones de euros. Los riojanos ni confirman ni desmienten. Numanthia pasó a manos franceses. En un plisplás nació Teso la Monja.

La nueva bodega de los Eguren irrumpió con fuerza y se ganó a los gurús y a todos los mercados de calidad porque sus vinos tienen personalidad: el cuerpo de Toro, la elegancia eterna de los encinares y el atrevimiento de las "patirrojas" en invierno.

El resultado es de calendario. El Teso de las Monjas se escapa de las clasificaciones, está por encima del bien y del mal (el que lo prueba, dicen, nunca lo olvida), el Alabaster 2013 -elegante, seductor, gran complejidad, gusta a todos..., son algunas de sus señas de identidad; los expertos ya auguran que, en breve, se va a situar sin competidor a la cabeza de España-, el Victorino 2013 -condensa el tiempo en un alma persistente, que guarda la esencia del año-, el Almirez -un "killer", según Miguel Ángel Eguren, de "una calidad excepcional en su estrato, inigualable" y el Románico, que salió para contentar a los locales -misión que cumple con creces- y se vende como rosquillas en el exterior.

"El secreto está en la viña". La frase la repite una y otra vez Miguel Ángel Eguren. Y ahora un consejo para los viticultores descontentos: "Mimar la viña, que siempre da más de lo que recibe".