Cuánto cobraba usted hace 20 años, en octubre de 1995? Piénselo. Mucho menos que ahora, seguro (abstenerse del ejercicio los parados). La proporción dependerá de la importancia social de su profesión, la que le haya dado la sociedad, claro, nada que ver con el esfuerzo y la preparación. El coste de la vida se ha doblado con creces, de eso no hay duda. El precio de los artículos domésticos se ha triplicado, cuadriplicado, eso es lo normal, ¿no?

Ahora preguntemos a un agricultor cerealista: "¿Cuánto cobraba usted por el trigo, la cebada, el centeno hace 20 años?". Y él contestará: "Más que ahora". Sí, sí, es verdad. El trigo se vendía (precio de Lonja, 4 de octubre de 1995) a 28,10 pesetas kilo, ahora a 17 céntimos, o sea (traducido) a menos de 28 pesetas. Así es. Y nadie, que se sepa, se ha abierto las venas.

Vamos aún más atrás. Hace cincuenta años (uf, qué lejos, ¿verdad?), aún pervivían en algunos pueblos rastros del sistema de trueque. El agricultor cerealista entregaba al panadero, es un decir, cien kilos de trigo y este le devolvía cien de pan, que iba retirando a lo largo del año apuntando la operación en la tarja (trozo de madera donde se marcaban las muescas). O sea, un kilo de trigo, un kilo de pan. Hoy se necesitan 10 kilos de trigo para comprar uno de pan.

El ejemplo del trigo define muy bien el cambio que ha dado la sociedad occidental en las últimas décadas. Quienes trabajan en el sector primario, los más productivos no lo olvidemos, están ninguneados, machacados, subvencionados y tratados (perdón) como mierda al sol. Quienes controlan el mercado y los parlamentos no son, precisamente, agricultores y ganaderos.

Lo más triste de todo es que dentro de 20 años la situación no habrá cambiado. Todo habrá ido a peor para los de siempre. Y no vale la excusa de la tecnología. Detrás de esta injusticia hay otras cosas. La vida no tiene por que ser así.